La culpa es de la serpiente que sedujo a Eva, o es de Eva que sedujo a Adán o es de Adán que se dejó seducir, o ¿es de Dios que les prohibió comer de la fruta prohibida?
En el momento que Adán y Eva contradicen la voluntad de Dios, se crea la separación y surge el miedo al castigo. Hacemos muchas cosas para no ser castigados; una de ellas como lo expresa “un curso de milagros”, es proyectar la culpa en el otro, al que convertimos en un chivo expiatorio. Argumentamos mil razones para poner la culpa fuera de nosotros y quedarnos del lado de la inocencia, que es según el diccionario de Oxford Languages : “condición del que está libre de culpa o de pecado”.
Nuestra herencia judeocristiana nos dice que hemos nacido pecadores por nuestros padres Adán y Eva. Es así como albergamos en el inconsciente colectivo: la culpa de la serpiente, de Eva, de Adán y en fin, de tantos… Detengámonos en Caín y Abel, en quienes se evidencia claramente la culpa y la inocencia. Caín el culpable, el excluido, es él quien lleva la marca oscura, mientras Abel el inocente, el elegido por Dios, es quien resplandece: nuestro modelo a seguir. Nos polarizamos en función de él y negamos que en nuestro ADN se encuentran contenidas la luz y la sombra. Descendemos de los dos, y en la necesidad de mostrar nuestra inocencia, ponemos la culpa en el otro, aunque sabemos que también la llevamos dentro; así es como vamos acumulándola en nuestro inconsciente.
La culpa inconsciente a la que hago referencia está fuera del ámbito jurídico, se enfoca en el campo de las emociones y como ésta interfiere en el proceso de sanación. Sin duda el aporte de Boszormenyi – Nagy , con las lealtades invisibles ha sido definitivo para la comprensión de la culpa inconsciente y del inconsciente familiar: “ pertenecer al sistema familiar implica heredar un código genético, una historia y unas dinámicas que no siempre son conscientes para todos los individuos que las heredan”. En Constelaciones familiares, Bert Hellinger nos da herramientas para tomar consciencia y devolver las lealtades que se identifican.
Existen otras lealtades e identificaciones que llevamos en nuestra memoria celular, y se evidencian en síntomas que pueden ser físicos o emocionales. Aquí entra en juego otro elemento importante que en el proceso de sanación, es referente obligado: nuestro esquema mental, en parte heredado, en parte aprendido, y tiene al parecer, un alto componente karmico.
El esquema mental o patrón de pensamientos -creencias e ideas preconcebidas con las que nos identificamos- genera un alto sentido del yo y determina nuestros actos y emociones de manera inconsciente, nos condiciona para obtener ciertos resultados en función de la satisfacción de nuestro ego, y sostiene lo que Jung denominó el arquetipo de la persona. Ese individuo social que ha sido conducido a un rol y que para mantener esa máscara, se ve obligado a escindir una parte fundamental de sí (esa que es natural y esencial en el ser, que no es popular, perfecta, ni mucho menos obedece a estereotipos) se inscribe en la culpa en dos sentidos: De un lado, se halla culpable por no ser perfecto, aunque haga todo para parecerlo. De otro lado, si no lo hace, también se siente culpable porque no encaja en el estereotipo y es así como sin más, nos hacemos víctimas de la ansiedad, que entre otras cosas, nos enfrenta a varias culpas conscientes e inconscientes, propias y ajenas. Por ejemplo, cuando queriendo mantener la figura consumimos productos que aceleran nuestro metabolismo y desequilibran el funcionamiento de nuestro organismo. No leemos la letra menuda, nos enfocamos en el resultado y nos exponemos a mediano y largo plazo a tener problemas en el páncreas. Al tiempo llega un examen médico con resultados no deseados, y nos damos látigo porque sabemos que nos hemos expuesto poniendo en riesgo nuestra salud para que nos vean “bellas”. Sentirse culpable por cómo me veo, o bien culpable del daño a mi salud.
La culpa inconsciente es solo una manifestación de la dicotomía que enfrentamos entre “ser o no ser”, la duda cartesiana que nos ofrece un sinnúmero de dilemas éticos, pero de plano es también esa culpa, uno de los elementos importantes a identificar y resolver en nuestro proceso de sanación.
Escrito por: María Cristina Berrio Palacio